Cada 6 de agosto, se conmemora el Día Mundial de la Paz, recordando a las víctimas de la bomba atómica arrojada sobre la ciudad de Hiroshima en el año 1945, hecho que dio fin a la Segunda Guerra Mundial. 69 años después, parece que de nada ha servido tanta muerte sin sentido. Es por esto que cada año se enarbolan miles de grullas pidiendo paz y no violencia a través de todas las fronteras del mundo, por todas las Sadakos, por todos los niños, hombres y mujeres.
Dejo, a modo de reflexión, un texto de Eduardo Galeano, extraído de su libro "Los Hijos de los Días"
Agosto
6
En 1945, mientras este día nacía, murió Hiroshima. En el estreno mundial de la bomba atómica, la ciudad y su gente se hicieron carbón en un instante.
Los pocos sobrevivientes deambulaban, mutilados, sonámbulos, entre las ruinas humeantes. Iban desnudos, y en sus cuerpos las quemaduras habían estampado las ropas que vestían cuando la explosión. En los restos de las paredes, el fogonazo de la bomba atómica había dejado impresas las sombras de lo que hubo: una mujer con los brazos alzados, un hombre, un caballo alado…
Tres días después, el presidente Harry Truman habló por radio:
Dijo:
—Agradecemos a Dios que haya puesto la bomba en nuestras manos, y no en manos de nuestros enemigos; y le rogamos que nos guíe en su uso de acuerdo con sus caminos u sus propósitos.
